Probablemente no hay lugar más apropiado que un aeropuerto
para explicar los motivos de este viaje. Concretamente, el mayor hub de Europa
y el que ha sido casi como mi segunda casa estos últimos años: Frankfurt
Airport, el cual me conozco de memoria de las ya incontables veces que me he
recorrido sus terminales. A veces, en tiempo récord.
Los que me conocéis sabéis que hace tiempo ya que me
contagié con el síndrome del eterno viajero. Empecé guiado en los viajes en
familia, continué con el turismo (etílico-festivo podría decirse) por ciudades
europeas con amigos en los años de universidad y Erasmus, y me consagré con los
greatest hits de los últimos años (Perú 2012, Tailandia 2013, Islandia y USA
2014). Sin embargo, ninguno ha sido, ni será, tan ambicioso como este.
Iba a escribir acerca de la rutina del trabajo, de la
monotonía de la vida encarrilada, de esos tópicos que los autores de blogs de
viajes que se ganan la vida con ello tanto nombran. Se podría aplicar a mi caso
con bastante certeza. Pero no sería justo decir que dejo Alemania por el viaje,
eso sería más bien postureo. La decisión de volver a Madrid se debe a otros
criterios, y el aprovechar la oportunidad de no tener una fecha de regreso
marcada en el calendario (en la teoría) era, y es, una gran motivación. Una de
muchas.
Ser un viajero y no un turista. Conocer otras culturas,
otras formas de vivir y entender la vida a través de la gente local. Disfrutar
de la libertad de elección que da la improvisación y la espontaneidad de no
tener nada más planificado que el avión. Dejar atrás la tranquilidad del grupo
y los prejuicios de la soledad. Ponerme a prueba en situaciones inimaginables
en nuestra zona de confort. En definitiva, en lo que todos los viajeros en
solitario coinciden y que ilusiona y asusta a partes iguales: conocerte a ti
mismo. (Y, ¿qué será eso exactamente?)
Esta era una experiencia que no quería dejar de hacer una
vez en la vida. Muchos pensarán que es un lujo, una imprudencia, o un derroche
de dinero. Para mí, un lujo es vivir a crédito, una imprudencia es no
aprovechar el aquí y el ahora, que es lo único seguro, y un derroche de dinero
es un Mercedes o un BMW.
Como dice el vídeo: ya habrá tiempo de asentarse y de formar
una familia. O no. De aprovechar las dos o tres semanas de vacaciones al año
para seguir descubriendo mundo, mientras la economía y la salud lo permitan.
En la próxima entrada os presento la ruta. Que se me echa el
tiempo encima.
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