sábado, 12 de septiembre de 2015

Ghana, primeras impresiones

Pues parece que el blog no está siguiendo el ritmo de publicaciones que me planteé en un principio.. Entre las vivencias diarias, los viajes de un lugar al siguiente y el mantener el diario actualizado, puedo sacar menos tiempo del calculado.

La parte europea ya es demasiado tarde para explicarla. Espero hacerlo a posteriori; notas he tomado. Decir solamente, en clave de actualidad, que he vivido la crisis migratoria europea nada más llegar a Belgrado, Serbia. Un drama.

Hoy, que me he despertado un rato largo antes del horario habitual y estipulado para trabajar, me lo tomo para escribir. Estoy a mitad de mi estancia en Ghana y he experimentado lo suficiente como para transmitir algunas nociones básicas sobre este acogedor país y, si se me permite la extensión, sobre este maravilloso continente.

Me encuentro en un minúsculo poblado al que se llega por un camino de tierra de un naranja tan vivo que me tiene fascinado. La vida es, como para la mayoría de los ghaneses fuera de Accra, eminentemente rural. Los gallos que deambulan con sus crías por el recinto cantan al amanecer. Los jóvenes y no tan jóvenes caminan cientos de metros (suerte, que podrían ser millas) todos los días a la fuente a bombear el agua necesaria para la ducha, la colada, la cocina o las tareas de construcción. Estas son puramente manuales, sin máquinas que faciliten el mezclado del cemento o el trabajado de las barras de acero corrugado. La alimentación es sencilla y picante, cocinada en una lumbre de carbón al aire libre. La electricidad para bombillas y ventiladores no está garantizada. La basura no se recoge sino que se almacena y quema cuando se acumula la suficiente cantidad.

La pobreza y la bondad de la gente están presentes en todo momento. La chica que no puede pagarse continuar sus estudios pero regala una pulsera a una voluntaria. El niño que no tiene manera de conectarse a su cuenta de facebook pero se ofrece a llevarte a conocer su barrio. El joven que busca trabajo en la misma ciudad en la que da clases gratis de baloncesto a niños que no se lo pueden pagar. Los trabajadores de la ONG que viven en una humilde casa comunitaria a las afueras de Accra. El vendedor de tambores que sin compromiso nos imparte una clase de cómo tocarlos. Niños con ropas ensuciadas de la tierra que corren a tu grupo a preguntar los nombres de todos y cada uno de nosotros obroni, piel blanca.

El paisaje es verde hasta donde abarca la vista. Espesa vegetación que sirve de hogar a me pregunto cuántas familias, que viven en condiciones aún más primitivas o básicas que en los poblados. Las distancias son largas para cualquier trayecto, ya que las carreteras son sinuosas y los vehículos antiguos. Circular con un puente bajo el volante, cuatro personas en la parte de atrás de un taxi, o que éste se estropee en mitad de la carretera y haya que cambiar a otro distinto, no es motivo de sorpresa.

La vida comercial parece discurrir a los lados de las carreteras, o incluso dentro de ellas. Tiendas con productos de todo tipo montadas en contenedores de chapa o cobertizos de ladrillo visto se agolpan en las inexistentes aceras o arcenes por los que caminan paseantes a pocos centímetros de los coches. O mejor dicho, taxis y tro-tros -furgonetas colectivas que hacen las veces de autobuses interurbanos-, los dos tipos de vehículos más comunes. En los cruces, hordas de vendedores ambulantes aguardan pacientes al semáforo en rojo para echarse a la calzada y buscar potenciales clientes entre conductores y pasajeros. La oferta es impresionantemente variada: desde una útil bolsa de agua o de aperitivos hasta tarjetas de memoria para cámaras, ambientadores de coche, juguetes o incluso trampas para ratones.

Hasta aquí la primera publicación sobre el país africano, que no me da tiempo a más. Nos vamos de fin de semana a las Wli waterfalls, en la frontera con Togo.

PD: Escribo esto desde el móvil así que no se qué formato tomará en la web, pido disculpas por adelantado si no queda bien o es difícil de leer.